martes, 1 de febrero de 2011

Basado en hechos reales


Salgo del edificio con la cara de la funcionaria taladrando mi neocórtex. Me había respondido como una autómata sin dedicarme ni de soslayo una mirada. Entiendo que mi situación financiera le importe lo mismo que el enigma de la desaparición de las abejas de la miel, pero al menos soy un chico joven, podría haberme mirado con ojos de guarra cuarentona onanista.


Con la indiferencia a cuestas, avanzo por la acera huyendo de las sombras. Los taxistas hacen circunloquios. Sigo caminando más deprisa, sin perder detalle. A la derecha una barrendera comenta a sus compañeros que esta mañana encontró una caja de Viagra. No me da tiempo de oír más. Es un consuelo saber que si el estrés acaba matando mi polla, la química me salvará de la incomprensión.


Un poco más adelante, tres hombres y una mujer lisiada sin techumbre debaten sobre en qué centro de acogida sirven mejor la comida. Es un alivio saber que si un día me quedo en la puta calle, podré elegir menú. Corro porque el semáforo de los peatones se pone en rojo. Al otro lado dos chicos hablan de fútbol, pese a parecer que nunca se han puesto un chándal en la vida. Esperan un nuevo verde sin inmutarse.


Acelero el paso. Escuela de Pilates, masajista, tienda de suplementos de gimnasio, consulta psiquiátrica. Me alegra saber que después de haber amasado lo suficiente, podré encontrar la calma. Un extranjero, alemán quizás, pasa a mi lado con un sarampión de piercings, el pelo mustio y la cara colgando. Lo inspecciono y ni me mira. Va drogado.


Sigo más raudo. En el parque un aborigen se despeña antes de ser capturado. En la puerta del Ayuntamiento estaciona un coche de la Policía Canaria. Se baja un agente con un maletín. Justo enfrente se alquila la sede del PSOE. El anunciante: Inmobiliaria “La Rosa”.


Ya corro. Casi me termino la calle a zancadas y sólo diviso a una rubia de bota alta y muslo pecaminoso con un hermoso currículum entre las manos. Ofrecen 500 euros por una perra perdida en un cartel colgado del último poste. Se llama Sofía y sus “padres”: Betty y Carlos. ¡Mira que poner nombre a los humanos! Entro a la gasolinera buscando un bolígrafo para plasmar este sinsentido, sólo me ofrecen uno de Hello Kitty. Así que decido olvidarlo todo.


Esta historia cotidiana está basada en hechos estrictamente reales. Le ocurrió a alguien ayer mismo en la calle León y Castillo. Alguien que no vive sin ver y no oye sin escuchar. Le ocurrió mientras hacía tiempo para acudir al trabajo.

3 comentarios:

Lali dijo...

No sé cuál sería tu intención, pero yo me he reído un rato. Prometo volver a leerlo con más seriedad. Me ha hecho darme cuenta que voy por la calle como hipnotizada, creo que pierdo mucho tiempo comiéndome el coco, observar lo que pasa a mi alrededor podría ser muy interesante.
Te echaba de menos. Tqqtc

La Lola dijo...

Yo también soy muy fijona, me suelo ir quedando con todo pero nunca se me había ocurrido plasmarlo, es así como realmente lo saboreas. Quién dice que el día a día es aburrido con la fauna que pulula por nuestras calles.
Un abrazote grande
*Y eso que te pone Lali debajo, ¿qué significa?Tqu qute c???????

Ainhoi dijo...

Muy bueno, Armi, es uno de los textos que has escrito que más me ha gustado... Tanto por los extraños sucesos paranormales que cuentas como por la forma... Un gusto leerte, como siempre!