viernes, 12 de diciembre de 2008

La cola del paro

¡A la cola caracola! Canta una rubia de bote obesa con vello facial, dos coletas, acné y trastorno borderline, que ha confundido la fila con el casting de Fama. En la cola del paro hay una cuidadora de tamagochis sin reciclaje profesional, un taxista daltónico agobiado por las multas y Evelio, siempre paciente tras sus anteojos de pasta negra y su cabello plata moldeado con brillantina. En la vida no ha sido más que contable. No contaba cuentos ni ovejas ni baldosas amarillas, sólo contaba números, válgame la redundancia. Pero llegó la crisis y el cero lo colocó a la izquierda.

Evelio rastrea el suelo cabizbajo. Son las diez. En la playa los surferos aprovechan que en invierno el mar se pone bravucón. Ya los huesos no le responden, pero siempre se preguntó qué se siente cortando las olas a tus pies.

Evelio reparte las migajas de su desayuno con las gaviotas. Son las once. Veinte años y no se había fijado antes en los barcos que faenan en la bahía. Siempre soñó con viajar más lejos de donde se ve.

Evelio construye castillos con la baraja. Son las doce. De pequeño jugaba al póker y al cinquillo, pero ya no se acuerda de las reglas. Es la una. Evelio pone las fichas de dominó en hilera para que caigan una tras otra abriendo figuras. Son las dos y el mundo se para.

En la cola del paro las desgracias son más dulces. Evelio no tiene que sellar hasta dentro de tres meses. Tiene el número 50, cuando llaman al 48, le regala su turno a una negrita dicharachera que habla con acento cubano. Evelio coge el 85, todavía le queda un rato. ¿Y usted, en qué trabajaba?