jueves, 15 de mayo de 2008

Sin palabras


Ella recibe el sol en primera línea. Lo ve antes que nadie, alongada al océano. Le gustaría despertar con el tumulto de piedras y olas, con el cimbreo de las palmeras. Y quedarse quieta disfrutando de esa reyerta mañanera. Pero antes de que fuera sea lumbre, la posología de placebos la arroja del lecho. Motiván, pharmaton, termalgin, lecitina de soja, levadura de cerveza, aleta de tiburón, patas de gallo, sombra de ojos...

Su esposo resopla los últimos compases del sueño MOR. Ella seca el espejo donde ocultaba hace un año mensajes cachondos para que él los descubriese bajo el vaho de la ducha temprana. Se peina vigilando las raíces. Se mira con la luz ladeada para disimular las manchas. Café doble en sigilo y acude a la cita en la terraza, aún cuajada de sereno.

Él no ve el mar. Le queda a cara cubierta. Pero vuela a su encuentro antes siquiera de que remita la erección matutina. Corre por la avenida espantando ancianas, aprisionado en las mallas de caucho, sudando sin derramar gota. Acorta el paso al acercarse a su balcón. Ahí está de nuevo. La mira de reojo. Tiene la bata entreabierta, y pálidas las piernas. Piensa que tendrá 35 años, que estará divorciada y que espera la hora de llevar a los chinijos a la escuela. Una madraza.

Ella especta su galope. Le echa 37. Por lo del 'footing' debe mantener un espíritu joven. Le gustará viajar. Hacer locuras, como de adolescente. Por esas mallas, ha llegado a una edad en que no le importa lo que piensen los demás, seguro. Tiene personalidad. Es independiente. Debe de ser relaciones públicas de algún hotel. Uno de esos que embauca con sólo un buenos días. Casi puede escuchar una de Bruce Springteen desde su mp3.

Él le da al "foward", buscando aquella de The Bangles que grabó sin querer un día mientras se bajaba una antología de Manzanita. No entiende el inglés pero supone que dice algo romántico: "Close your eyes, give me your hand, darling. Do you feel my heart beating...". Él se imagina de rodillas atrapando su anular con baño de oro, como en un telefilme de sobremesa.

Ella sueña que él se encarama al balcón, viril y ágil como un marine. Que le tapa la boca y le arranca el camisón. Que le alegra la mañana. Que le quita ese dolor de cabeza. Que ni las cápsulas rojas, ni la pulsera imantada, ni el agua de Vichy, ni aquellas pinzas para las orejas que anunciaba Jesús Puente.

Ella no quiere saber su nombre, sino que la despierte cada jornada y se marche sin mediar palabra después de poseerla a la intemperie.

Él confía en un gesto de amor. El periódico en la mesa, los niños con la camiseta de la Unión Deportiva, el bullir del caldero, el olor del avecrem, la lámpara de Ikea, los domingos en Famara, la arena en los sillones del coche, las uvas, los Reyes y San Patricio en una taberna de Fariones.


Ella cree que él olerá a Paco Rabanne, que juega a los dardos, que sube en moto y no se depila las piernas. Él huele a Lacoste, practica tantra y llama al tarot alguna vez para ver qué hace mañana. Él piensa que ella le hará reír. Él envidia su vida y la vida de él, la envidia ella. Pero sólo se miran. Nunca hablan

publicado en Diariodelanzarote.com

1 comentario:

La Lola dijo...

Sabes que soy tu fan número uno incondicional, porque creo que tienes talento especial para todo lo que haces....Me apena que no te sea reconocido. Un abrazo fueite, fueiteeeeee